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miércoles, 9 de febrero de 2011

DEVOCIÓN


La devoción a Santa Lucía se difundió rápidamente después de su muerte y ha sido trasmitida hasta nuestros tiempos. El testimonio más antiguo es un epígrafe de mármol en griego que data del siglo IV, descubierto en el 1894 en las catacumbas de Siracusa.
El Papa Gregorio Magno, que vivió entre el año 590 y el 604, agregó a Santa Lucía en el canon de la misa romana. Algunas citas sobre ella se encuentran en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino. Entre sus devotos encontramos también a Santa Catalina de Siena y San León Magno.
Dante la convirtió en el símbolo de la gracia iluminante y se definió como un fiel devoto suyo. La reputaba como protectora de la vista y, como cuenta en "El Convivio", a ella se le atribuye la curación de las afecciones de los ojos.

La leyenda popular cuenta que a la Santa le fueron sacados los ojos de sus órbitas, por eso alguna iconografía la representa con un plato plano en la mano en el cual fueron puestos sus ojos. Santa Lucía es la protectora de la vista.


TRADICIÓN DE SANTA LUCÍA

La fiesta de Santa Lucía es el 13 de diciembre.
En el norte de Italia, en Checoslovaquia y también en Austria se festeja Santa Lucía como portadora de donaciones para los niños. En Dinamarca y en Suecia la Santa se festeja con la búsqueda de una joven que la represente y en el cortejo con otros muchachos que la acompañan a llevar donaciones a los niños y a instituciones de caridad.
En Suecia es muy venerada también en la Iglesia luterana.

EPÍLOGO

Santa Lucía ha dejado en la historia, con su martirio, un grito de amor a través de Jesús.

Su corazón ardía como una llama del amor divino y esta fue la fuerza irresistible que le permitió superar las angustias que procedían de lo humano. Santa Lucía supo aceptar, para sí, el sacrificio y el dolor, en su firme fe de que Jesús persistía en su alma.

Aquel corazón, que ahora estará libre para palpitar sólo de amor, le había permitido llegar a la virtud en aquel camino hecho con el espíritu de iniciativa para vencer lo humano.

Al volver nuestra mirada sobre Santa Lucía, nos encontramos inundados de su luz caliente y envolvente, que desprende el aroma de sus virtudes, y desaparecemos frente a su sacrificio.

Podemos tranquilamente pedir, a través de su intercesión, reencender la llama ardiente del amor divino, que hace germinar las raíces de las virtudes, para alumbrar la esperanza de ser salvados.

También en las dificultades y en las necesidades podemos recurrir a su protección, seguros de ser ayudados.

Qué lindo sería tenerla a nuestro lado para ayudarnos a recorrer ese camino que sube hasta la cima que se pierde en el cielo de Dios.

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